-Más de 48 horas después del adiós a la Copa de la Liga Profesional, bien pueden garabatearse un puñado de líneas en clave de humilde, hipotético balance.
-El superávit del breve ciclo de Zielinski es tan rotundo como rotundo el contraste con el desdichado ciclo del Chavo Desábato. Por aquellos días Estudiantes no era un equipo: más bien era un no-equipo, un desangelado rejunte que hacía más o menos bien la mímica de área a área y faltaba a la cita en los treinta metros que más cuentan. Jamás terminaba de defender bien y no le metía un gol ni al Arco del Triunfo.
-Hombre de pocas ideas, pero razonablemente maceradas, el Ruso (no soy de su club de admiradores: me sabe honesto subrayarlo). De ahí las gratas huellas que había dejado en Belgrano y Atlético Tucumán y de ahí lo rápido que supo enderezar la caravana de la motivación (glorioso debut versus River en un partido con pinta de 0-3 que terminó en jolgorio) y terminar de seducir a esa extendida franja de hinchas de Estudiantes que cual musulmanes camino de la Meca persiste en la búsqueda del eslabón perdido del sacrosanto Doctor.
-De modo que con clavar la bandera del orden, del sudor, de la combatividad bien entendida y de una razonable suma de porotos, alcanzaba y sobraba.
-Tanto sobró que bastó con esa victoria con River, una en Mendoza y otra en Rosario, más otras cosechas menos llamativas, pero al cabo influyentes, para alcanzar un segundo puesto que un par de meses antes no estaba en los planes ni del optimista más febril.
-Después, para meterse entre los cuatro mejores era cuestión de ver si en el fondo de la olla que el Ruso había rascado con esmero (a despecho de sus errores, que los había tenido, conste) quedaba un algo más nutricio y superador. A primera mirada, y a segunda también, el poderío de Independiente no parecía de tanta entidad como la instancia misma: ¿con semejante materia prima de canasta básica el Pincha en semifinales? Una golosina sabrosa.
-Pero no pudo ser. En el camino se acomodan los melones, decía Scalabrini Ortiz (melones, sandías, daba igual para la metáfora), pero para desdicha del pincherío se acomodaron para un wing si se quiere lógico: el de las limitaciones estructurales, y por ende, insalvables. Nótese que en cuatro series muy cerradas (nada más invitador que los torneos argentinos, a despecho del carnaval organizativo y del éxodo del éxodo, y de un fútbol en general soso y feúcho), se impusieron los que a la hora señalada esgrimieron templanza, determinación, pericia (para rematar o para atajar), inspiración, ángel, en fin, todo eso de lo que Estudiantes careció: primero para aprovechar media hora de once contra diez y después en los penales. (Nota al pasar: el pif de Noguera me evocó otro de Desábato en una Copa Argentina y el de Alayes frente a San Pablo en la Libertadores 2006. Todo un karma ese ítem: centrales que se llevan pésimo con la pelota y cuando les toca patear un penal clave, en lugar de pegarle a suerte y verdad se les ocurre ponerse una pilcha que les queda grande. En ese estilo, me saco el sombrero por Jony Schunke: jamás falló en una serie de penales. Y no fueron ni una ni dos, eh: seis o siete, por ahí).
-Ya pasó. Ya es historia: el destino no es lo que pudo haber pasado: el destino es lo que en efecto ha pasado. Lo ganado, ganado está. Y viceversa.
-Según mis calificaciones de partido a partido, los mejores jugadores de Estudiantes han sido Corcho Rodríguez, Andújar y Rogel, un escalón por delante de Noguera. Y los peores Ángel González, Pasquini y Leandro Díaz. En el medio todos los demás, en un contexto de irregularidad en algunos y de mediocridad vitalicia en otros. (David Ayala sufrió el típico bajón del pichón de crack que destaca en Primera sin antes haber resuelto el problema del acné).
-De lo que vendrá, del cónclave Zielinski-Alayes-Verón, de las expectativas del hincha de Estudiantes promedio y de este servidor en particular, me ocuparé un día de estos, hasta donde me den el alcance de la mirada y la sesera.
Abrazo de gol de Old Trafford.
WALTER VARGAS