EDUARDO RAÚL “BOCHA” FLORES (1944/2022) – MI VECINO EL DE LA ZURDA DE TERCIOPELO

En medio de tanta crispación, y confusión, y pasiones de bajas calorías, la vida regalaba pequeñeces que equivalían a un mundo.
Salir de tu casa, ir al almacén esquivando baldosas flojas, bolsa en mano, pensando en esto y aquello, o en nada, y de repente cruzarte con el primordial y descomunal Eduardo Flores, el Bocha Flores, una pieza calificada en el sublime rompecabezas que supo armar Zubeldía, Osvaldo I de Junín.
Pensar que los vecinos que no tenían la más pálida idea de quién fue el Bocha, suponían o daban por descontado que a lo más se trataba de un setentón calvo necesitado de yerba, azúcar, cien de jamón crudo, agua mineral y cerveza.
Qué va. Flores, el Bocha Flores, fue un genuino pionero del todocampismo en los tiempos de equipos repartidos en parcelas escrituradas. Cada quien con su cada quien, con su espejo, y que los demás se las arreglaran como pudieran.
En el Bocha, alma inquieta de los 105 por 70, sobraban paño para ser 9, 10, 11 o el mejor amigo del 5, del 8 y de los marcadores de punta. Corría, pensaba, colaboraba, asistía, gestaba, cabeceaba como un tanque alemán y le pegaba a la pelota tan pero tan bien, botín zurdo de almíbar, de cicuta, de terciopelo, que en su paso por Francia, por el Nancy, se convirtió en modelo de uno que jugaba más o menos: Michel Platini.
Cuando iba al almacén de la la esquina de casa y me cruzaba con el Bocha Flores, él me decía cómo te va y nos abrazábamos, el pibito que fui se abrazaba con el hombre que soy. Y éramos felices.
Juraría que el Bocha registraba mi emoción y la compartía a su manera: pudoroso, bondadoso, inmenso en su sencillez.

Walter Vargas

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