Hasta donde le dio el cuero. Hasta ahí llegó Estudiantes en la Copa de la Liga Profesional. ¿Podría haber pasado? Por supuesto, estuvo a tiro, con la posibilidad de haber sido más certero en los penales. Pero un paso más o menos no podría cambiar el análisis. Basta con ver desde donde viene este mismo equipo: de hacer la que probablemente haya sido la peor campaña de su historia, más floja incluso que el polémico descenso del ¨53 y de aquella que se terminó en una tarde fría de Lanús, en el ´94.
Antes de entrar en el análisis más específico del partido en sí, basta con contestarse una pregunta. ¿Cuál de todos los equipos que pasaron a octavos de final tiene un plantel inferior? En todo caso los hay parejos, como Colón, Talleres o el mismo Independiente. El resto (Boca, River, Vélez, Racing), parece tener algo más, pero ninguno menos. Los empates en las cuatro llaves ratifican la idea de paridad.
En cuanto al partido en sí, pocos deben haberse sorprendido con el trámite. Jugaron dos equipos dispuestos a no regalar un centímetro en la presión, sin dar espacios y con poco margen para la creatividad y la asociación. El resultado fue un sinfín de pelotas divididas, de mucho esfuerzo y concentración sin espacio para la inspiración. Del lado pincha destacaron Godoy, como alternativa permanente de ataque, llegando en numerosas oportunidades a posiciones favorables que resolvió alternando aciertos y errores; también Corcho Rodríguez, indudablemente el mejor jugador de campo que tuvieron los de Zielinski en el campeonato, aportó tranquilidad y claridad. El podio imaginario puede completarlo Agustín Rogel, muy firme en el mano a mano, consolidando un crecimiento sostenido después de algunos primeros partidos que sembraron dudas acerca de sus condiciones.
La expulsión de Thomas Ortega solamente modificó el que ya no fueran 11 contra 11. Falcioni, el dueño de la épica luego de su trágica semana, sacó un delantero e ingresó a un lateral izquierdo para reorganizar el fondo, entregando campo y pelota. Estudiantes quedó, de ese modo, obligado a jugar a lo que menos sabe: sin poder romper líneas por destreza individual ni por presteza colectiva en ataque, tampoco pudo resolverlo con la pelota detenida, una de sus armas favoritas. No por falta de cabeceadores, sino de ejecutantes acertados. La mejor prueba es que los últimos dos tiros de esquina los lanzó Martín Cauteruccio, su delantero central. En todo ese período que jugó con uno más, el Pincha apenas generó una situación clara, que Godoy remató por encima del travesaño. En el mismo lapso, Independiente también llegó una vez, a través de Silvio Romero. Y a propósito de Romero, me animo con una de ciencia ficción: si por casualidad también hubiese sido expulsado, el partido hubiera terminado 0 a 0 de todos modos. Porque la cortina estaba baja detrás suyo y el equipo del Ruso no tenía ningún cerrajero a mano. Ángel González, el propio Cauteruccio y Leandro Díaz fracasaron sistemáticamente en el intento mientras que Tití Rodríguez apenas sobrepasó el nivel de los anteriores. No deja de ser llamativo que Manuel Castro no tenga un lugar en el equipo, salvo que la fractura en el dedo del pie que lo hace entrar infiltrado, sea demasiado incapacitante. Pero en La Paternal había jugado 65 buenos minutos y el sábado en UNO, participó solamente del tiempo de descuento. El banco no profundizó los problemas, pero tampoco aportó grandes soluciones con un agregado: Sánchez Miño es más útil al equipo al lado de Rodríguez que jugando como lateral.
A modo de conclusión caemos en la idea del principio: es lo que hay. Pudo alcanzar para un poco más, pero hace 4 meses nadie esperaba acercarse a estas definiciones. En un universo autoproclamado resultadista desde hace más de medio siglo, ¿ahora viene a cuento discutir las formas? Bienvenido sea el debate, pero con las reglas escritas desde el vamos. A Zielinski se le pidieron puntos y puntos dio. Para un salto de calidad le hará falta hacerlo contar con otro material.
Por Martín Pertierra (columnista invitado)